Lluvia fina

Cuando el amor filial comienza a agraviarse es como esa pequeña herida que no tiene cura, una puerta de entrada a microorganismos que la contaminan, la agrandan, producen supuración, tumefacción y un dolor latente que se aviva cuando se toca. Los agravios familiares son esa herida crónica que el recuerdo agudiza entre venenos de reproches, desencuentros y el intento de querer ser el más inocente y el más herido de todos los que un día pudieron sentarse alrededor de la mesa y comer en la armonía de una familia bien avenida. El tiempo convierte los agravios en un eco de lamentos, de disputas, de verdades y mentiras a medias contadas en la medida en que nos liberan de la culpa y nos hacen más víctima. Y en esa suerte de despropósitos, de la defensa de nuestra inocencia y de señalar a los seres queridos como causantes de nuestra desgracia, se llega a las posturas irreconciliables.

Cuando en la familia se toca el agravio, no es para intentar sanarlo  buscando la comprensión, el  consuelo y el olvido, no, a las heridas familiares se vuelve para hacerlas supurar de nuevo, para que no nos dejen en paz, para intentar resarcir el amor herido por la acción u omisión de aquella atención que creímos que se nos debía y sentimos como una agresión. ¿Pero quién, dentro de ese principio de desgarro que termina siendo devastador, puede afirmar que es del todo inocente, que no tuvo culpa ni estuvo en su voluntad poner un poco de sentido común, que no tuvo la oportunidad de hacer recapacitar, de hacer una llamada a la unidad y de abrir de nuevo la puerta al amor perdido entre padres e hijos, entre hermanos, entre la pareja? ¿Quién, en medio de ese ofuscado dolor, está dispuesto a firmar la paz definitiva, a apuntalar, a sostener con el único pilar capaz de hacerlo: el perdón? A veces, irremediablemente, en esa constelación familiar, esa idea de familia de Joan Garriga, cuando fracasa la conciliación, cuando el desencuentro es una fuerza mayor que arrastra a todos los miembros a la infelicidad, cuando el concepto de seres queridos pierde su sentido, no queda más remedio que la distancia y el desarraigo, el desapego de esa órbita que solo gira en torno al pasado y al dolor, para dar una oportunidad a otra vida que halle la calma necesaria lejos de aquello que se empeña en destruirnos dentro del seno familiar.


Luis Landero relata, en 'Lluvia fina', la historia de una eterna herida de rencores familiares provocados por el desamor, los egoísmos, los desencuentros, la incomprensión y todos esos instrumentos de comunicación y apegos que se vuelven inútiles cuando en el ánimo del ser humano no está la reconciliación, sino avivar el germen de lo que los convirtió en seres distantes y dolidos, incluso los aboca a la destrucción lenta e incontestable dentro de la propia familia. Solo la distancia y la incomunicación entre ellos les permite sobrevivir y mantener acallados los rencores. Y tras largo tiempo sin reunirse ni hablar, en Gabriel surge la idea de un reencuentro familiar, de una celebración con motivo del ochenta cumpleaños de la madre, en donde los tres hijos: Sonia, Andrea y él mismo, vuelvan de nuevo a estar juntos, a dejar las eternas rencillas a un lado y demostrar que son capaces de estar en el mismo espacio con cierta armonía fraternal. Pero es precisamente esa idea de unidad, de estar todos dentro del mismo espacio, la que remueve el pasado y hurga de manera insidiosa en los recuerdos más remotos, en las infancias de cada uno de ellos, en sus actitudes, en sus anhelos rotos, en sus ilusiones y proyectos de futuro quebrados por un destino ya determinado por la figura materna. Aurora, mujer de Gabriel, es el personaje al que todos han acudido desde siempre para desahogarse, para desgranar en ella y su paciente escucha todo el rescoldo de los hechos del pasado. Aurora lo siente así, como una lluvia fina constante, una lluvia corrosiva que proviene de un cielo eternamente enmarañado de reproches que giran y giran sobre sí mismos, se rearman y se reafirman de nuevo con más fuerza y fiereza, para que nunca deje de llover. La historia de 'Lluvia fina' habla de la constante insistencia de un pasado que nos destruye y nos envilece, que nos quita la paz, que no se cansa de ser presente y de ensuciar nuevas y esperanzadoras etapas de la vida, que no nos deja ser otra cosa que el rastro de un animal doliente que busca resarcir su dolor, porque en el ánimo del resentido está hacer presente, añadir detalles y revivir con más ímpetu todo aquello que alimenta a esa mala bestia que dormita como un animal de compañía y que cuando despierta, hace de la vida familiar su campo de batalla devastador e irreconciliable.



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