Antes del paraíso, o los retratos de familia de Pedro Ugarte

 El último libro de Pedro Ugarte, 'Antes del Paraíso' (Edit. Páginas de espuma), reúne ocho cuentos que parecen hablar de la familia: la huella de los padres en los hijos, el juicio de los hijos hacia sus progenitores, el anhelo del éxito profesional y de la prosperidad económica, la envidia y los celos, los reproches, la apariencia... Pero en realidad, cada página que vamos pasando, en cada uno de los relatos, nos conducen al mismo lugar: un anhelo infatigable, hasta el cansancio, hasta la más honda tristeza por conseguirla, de felicidad, y al mismo tiempo, la realidad que nos deja desnudos frente a ella y nos muestra que la felicidad terrenal no es existe, que es esa estructura quimérica que se desvanece una y otra vez, pero en la que no dejamos de montar, cual castillo de naipes, nuestras ilusiones. Como nexo, la familia, como idea: la desoladora imposibilidad de ser felices.

Una de las frases iniciales de Anna Karenina dice: "Todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia infeliz lo es a su manera". Y a esa última afirmación me ha llevado cada uno de los cuentos en los que Pedro Ugarte hurga en esa vida íntima familiar, en donde las aspiraciones, los secretos, los deseos y hábitos inconfesables que puedan abochornarnos surgen con la naturalidad, la compasión, la necesidad de ser comprendidos, e, incluso, la necesidad de redención. Cada cuento es un retrato de familia, de una familia infeliz, y cada una lo es a su manera, y cada uno de los miembros de esas familias asume, consciente o inconscientemente, su parte de responsabilidad en esa infelicidad. Son un engranaje perfecto de una maquinaria defectuosa que solo produce intentos fallidos que van conformando la vida. 

La felicidad terrenal es una falsedad, todo es un irreal paraíso que nos sume en la melancolía, en vanos intentos de atraparla: la fe, la misa de los domingos, la escritura inconclusa, el férreo trabajo con el que sentir que cumplimos con nuestra responsabilidad, la compra en el supermercado que constatase que se es padre de familia y en donde soterrar las botellas del alcohol con el que consolar una noche de sábado. Nada de ello sirve de consuelo, nada nos lleva a la plenitud deseada, más bien todo invita a beber hasta perder el sentido. Así lo cuenta la voz de Jorge, en el primer cuento que abre el libro, Antes del paraíso. Y el lector no tiene por menos que sentirse conmovido por ese relato del hijo, en donde no hay juicio, solo la exposición de unas vidas desgraciadas y un intento de comprensión. "Cuando me muera, solo cuando me muera, Jorge, me querrás tanto como te quiero yo", recuerda Jorge que le decía su padre cuando le desobedecía o hacía algo que a él no le gustaba. Y así hace, dejando constancia de ese amor, a pesar de sus debilidades y de sus fracasos. Dejar constancia de que, a pesar de ello y por encima de ello, la felicidad no sea tan importante como ese amor incondicional.

Dos parejas amigas que comparten un billete de lotería, la sospecha del engaño, ser espectadores de la prosperidad de esos amigos que cada vez se alejan más de esa vida que antes se antojaba perfecta, tal vez porque se compartía la misma mediocridad, y que ahora contrasta con esa otra que proporciona el dinero... Esa duda: si duele más el engaño o corroe la envidia por no estar en su lugar, en El premio.

"Dejé de acompañar a mi padre en aquellos viajes sin objeto. Y me juré que mi vida sería muy distinta a la suya, que es lo que se juran todos los hijos a sí mismos, a partir de cierta edad", afirma Jorge, en El cliente fantasma. Sucede, a veces, la necesidad de superar a nuestros progenitores, de ser mejores que ellos, de no caer en sus mismos errores, una confrontación de orgullos en los que demostrar que, como hijos, podemos hacerlo mejor de lo que ellos lo hacen, podemos demostrarles, incluso, que lo que hacen es ridículo. Pero nada como el tiempo para poner en evidencia la facilidad con la que se repiten conductas, no tanto por error o inercia, sino por querencia.



Me detengo en Viejo cuchillo, filo oxidado, un cuento que en mi cabeza se expande como una historia gigantesca. Cuando leía a esa familia marcada por  aquel día en el que la abuela estuvo con los reyes de Bélgica, se me venía otra gran novela de un grande, de grande a grande: Luis Landero y Pedro Ugarte. 'Lluvia fina', de Landero, relata cuán destructiva puede ser la propia familia: los rencores, los absurdos empeños, la culpa... Esa carcoma que es el pasado y la insistencia en arrastrarlo al presente, la fijación en aquello que nos destruye. Y los intentos desesperados por escapar de ese ovillo, que cuanto más se agita más nos enreda.

El ancla, La familia de Erasmus, Una tarde para decir adiós... Todos los personajes fraguando historias con sucedáneos de felicidad, todos con sus derrotas, con su disimulo, con su conformidad... Pero hay en los personajes de Ugarte algo que no sé si definir como un orgullo, una dignidad, aquella que les empuja a cumplir con la obligación moral como padres, con respeto y rectitud de hijo, con fidelidad de amigo, y que es un intento de salvación del descreimiento, del fracaso, de la mediocridad, del engaño y la decepción, incluso de la vileza. Y eso salva a cada uno de los personajes, los redime de toda culpa, nos hace comprender cada intención, tanto las buenas como las malas, tanto si sucumben como si escapan de ellas, porque somos Jorge, somos la mujer que decide abandonarlo, sus padres que se emborrachan los fines de semana, su abuela que conoció a los reyes de Bélgica, el amigo al que le tocó la lotería y se lo calla y el que envidia vivir en un ático a pie de playa... Somos todas esas debilidades humanas que necesitamos perdonarnos, si no para encontrar la felicidad, al menos para hallar una esperanza.

Así que, Jorge del alma mía, tal vez antes del Paraíso no exista la felicidad, pero sí hermosos sucedáneos, consuelos que nos permiten, aunque rotos, seguir orgullosamente en pie, De vez en cuando la vida, que canta Serrat. De vez en cuando, la literatura, Jorge. 

Comentarios

  1. Gracias por este gran comentario, Carmen.

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    1. No merecía menos este gran libro, Pedro. Ha sido un placer, tanto su lectura como reseñarlo.

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