Las horas equivocadas

Alguien escribe un relato fantástico, una historia increíble, imposible. Y queda escrito hasta que alguien lo lee y es entonces cuando esa historia increíble resulta verosímil, creíble y posible, porque la realidad puede llegar a ser así de fantástica, de imposible e increíble, incluso aterradora, tanto como pueda serlo un relato escrito, sin embargo es real, sucede a diario, sucede desde hace décadas, tal vez desde hace siglos, tal vez desde que el mundo es mundo. Eso pensaba cada vez que concluía uno de los cuentos de los doce que Santiago Casero González  ha escrito en  'Las horas equivocadas'.


´Las horas equivocadas' es un libro de voces, relatos en tercera persona, en segunda persona que se convierte en primera persona. Santiago Casero tiene el enorme don de saber reconducirte hasta el yo desde ese "ser otro". Esa segunda persona del primer relato, 'La vigilia de los precipitados', que termina siendo "yo". También juega con esa segunda y primera persona en 'La pistola de Chejov'. No sé si es casualidad o es intencionado, pero "un personaje santiago" aparece en casi todos los cuentos, personaje distinto, con diferente protagonismo, tal vez como muestra de ese yo literario que se convierte en otro. En ´La vigilia de los precipitados', relato en segunda persona de un alegórico edificio en construcción, en el que unos hombres observan, cada uno desde una posición determinada, a la espera de que se precipiten al vacío quienes allí trabajan, para ocupar su puesto. Cada día, alguien se precipita desde allí arriba, no se sabe si accidentalmente, alguien que vigilaba su caída ocupará su puesto, y nunca faltará alguien que ocupe igualmente el puesto libre de vigía y espere a verlo caer. Tal vez ese edificio como alegoría de la vida sin sentido que nos empeñamos en construir, en donde, fracasados nuestros sueños, hastiados, perdidos o asustados, la desesperación empuja, no importan los medios, a conseguir aquello que pueda dar felicidad.

La vida es un apasionado incendio. Ardemos en la desesperanza, en el desamor, en la incomprensión, en la pérdida, en el dolor, en la enfermedad, en el duelo... Podría decirse que no hay salvación para nuestras pasiones; todo está llamado a ser cenizas, como la incendiaria música de ´Jacqueline y el fuego'. Una música apasionada que crea el sublime espectáculo del fuego. Y de repente un día sucede: algo mata esa pasión incontrolable que sobrepasa el cuerpo de Jacqueline y que lo incendia todo sobre el escenario. Y sin ese incendio nada tiene sentido, porque el sentido de la vida, a veces, es que todo arda, que exista "una combustión que redima la habitual atonía de nuestras existencias".


Si hay algo que une a todos los relatos de este libro es el mundo quebradizo en el que se mueve cada historia, la facilidad con la que todo se quiebra o estalla de alguna manera: ese hombre desesperado por buscar la solución a un reloj que se adelanta, en 'Las horas equivocadas' porque cuanto más se adelanta más distante siente a su mujer y más caótica se vuelve la vida en pareja. Una orquesta, la de 'La música del mundo', cuyos músico se entregan al rencor y no a la música, disparatada, anárquica, sin talento musical, sin vocación de músicos... pero que triunfa con su deplorable espectáculo de odio y de ruido, tal vez porque "evoca la imperfección de un mundo que se pretende vanamente ordenado". Ese otro hombre que quiere que el tiempo gire al revés, en 'Consuelo', como si la vida pudiese rebobinarse hasta ese instante en el que todavía no había sucedido lo fatídico, lo irreparable, como si volver cuanto más atrás en la historia, hasta el origen, fuese la salvación. Zeno y Adela y sus destinos que nunca se encontrarán, hombres temerosos de ser perseguidos, vigilados y apresados, hombres decepcionados por un amor, por una amistad, locos que son escritores o escritores tomados por locos, o en cualquier caso la loca confusión de ser lo uno o lo otro.


'Las horas equivocadas' es un gran libro de cuentos, y Santiago Casero González es uno de los mejores escritores y defensores de este tipo de narrativa, aunque los cuentos, cuando se escriben como lo hace Santiago Casero, no necesitan ninguna defensa. Y esta que los ha leído no quería que terminasen de tan grata perplejidad que le provocaba cada uno de ellos, aunque sabe que todo cuento, incluso los mejores, tiene que acabar.



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