Cerrar los ojos

Santiago Leal es el ministro de Cultura de una democracia recién estrenada. Antes de eso fue poeta, un afamado poeta, y él quiere creer que está ahí, en el Ministerio de Cultura, por su valía personal.  Un día, en un acto oficial en un museo, un extraño se acerca a él cuando se disponía a abandonar el edificio, y le dice que es su hermano. A partir de ese momento, el pasado irrumpe como una fantasía, como un laberinto de espejos en los que adentrarse y ver escenas distorsionadas: del padre, Andrés Leal, controvertido héroe de guerra, de cuyas heroicidades y manera de supervivencia, de las que solo consta su propio testimonio, desconfiaron incluso los de su propio partido. Marido infiel descubierto por su propio hijo; de la madre abandonada aquejada de tristeza crónica; de Isabel, una historia de amor fracasada; de decenas de botellas de alcohol vacías... Santiago Leal es un fracaso rotundo, aunque poeta, aunque ministro, desleal incluso a su propio apellido, porque Santiago Leal reniega del padre adúltero y ausente, es un poeta que inventa el sentir de sus poemas, es un político cuyas funciones le provocan pereza, por no decir hastío. Santiago Leal está solo, aunque rodeado de escoltas y de algún subordinado fiel, y en esa soledad que reafirma el poder, todo cuanto viene a su mente se manifiesta con la misma tortura que ese pinchazo en la vejiga que le provoca su próstata. Ese mal que es como una réplica de sus otros males.



Eran los años más cruentos de ETA. Eran los años del GAL. Aquella época en la que el entramado político se sostenía con los pactos de silencio y de favores en donde nadie ve y oye, entre ojeos y jaurías de perros, en las grandes fincas de los amigos, tras las perdices y los jabalíes. 
Este es el escenario de 'Cerrar los ojos', novela de Santiago Casero González. La puesta en escena que hace Santiago Casero de todo ese entramado en el que se va moviendo el personaje Santiago Leal, en diecinueve entradas y un epílogo, es un lujo de lenguaje, de matices narrativos y de una capacidad para el misterio y la intriga que mantienen al lector con una expectante tensión, como si de un espectador frente a una inmensa pantalla de cine se tratase. No es difícil identificar a los personajes ficticios con los protagonistas de la época, ni lo que acontece con los hechos de entonces.

Hay una imagen alegórica que me rinde a los pies de un Santiago Casero que sabe crear con la palabra climas escénicos que pueden respirarse, sentirse, vivir en ellos, sufrir en ellos... ¡Hasta las ganas de orinar de Santiago Leal! El encuentro de Santiago Leal con el presidente del gobierno, hasta entonces solo nombrado como un personaje fantasma que únicamente aparece en actos públicos televisados. Ese encuentro sucede en la entrada o capítulo Dieciocho. Es como colofón de la intriga, ese personaje que todo lo mueve desde un principio pero no está presente hasta el final. Esa inmensa pajarera. Un capítulo redondo, por lo simbólico, por la intriga, por cómo matiza cada movimiento de los personajes. Las pajareras como significado de esa, en apariencia, libertad del ser humano, cuando en realidad somos presos de nuestras circunstancias.
"Piensa que la inmensa mayoría de estas aves no saben que están encerradas. De hecho, creen que esto es el exterior". El empeño de creernos libres y que nuestras decisiones son propias, sin condicionantes. La vida es una jaula inmensa en donde creemos alzar el vuelo sin ser conscientes de que el cielo es esa techumbre invisible de cristal contra la que estrellarse. Solo la docilidad nos salva, la persuasión del pañuelo negro sobre la cabeza, asumir el espíritu manso que nos impide creer que no se puede volar más allá de la alambrera.

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