Todo futuro conlleva cicatrices

"No creo que las personas mayores tengamos derecho a decirle a los más jóvenes que no tienen futuro". Iñaki Gabilondo



Leo, despacio y sin tiempo, un ensayo de Javier Mayoral, periodista y profesor de Periodismo en la Universidad Complutense. El ensayo, 'Periodismo herido busca cicatriz' (busca su futuro) va sobre eso, sobre periodismo, su crisis (sus heridas) y su intento de reparación (sus cicatrices). El periodismo me interesa tanto como la política, es decir, a veces algo, a veces mucho, a veces nada. Admiré a Rosa María Calaf, su presencia frente a una cámara, su manera de dar las noticias y los pendientes que lucía en sus orejas. El periodismo es como la política: necesario e inexcusable. Una puede ser una descreída de ambas cosas, pero no una ilusa considerando que se puede vivir al margen de su trascendencia. Como poderes que son, influyen en nuestro día a día, salvo que uno decida convertirse en anacoreta o eremita. Y el periodismo, en concreto, va más allá de la política, porque no sé si merecemos a los políticos que tenemos, o tenemos derecho a unos políticos íntegros, pero es innegable el derecho a la información, a que los profesionales que se dedican a ello nos cuenten lo que sucede, está sucediendo o ha sucedido, y no lo que creen que ha sucedido, se presume que sucederá o mientan deliberadamente sobre lo que está sucediendo. Para mentiras o falsas verdades, ya tenemos a los políticos. El derecho a una información veraz, que no deje lugar a dudas sobre su credibilidad; esa es la tarea que atañe al periodista.

En el enfoque que Javier Mayoral ofrece en este ensayo, intercala su propio pensamiento, sus reflexiones con respecto a la crisis y a la necesidad de reparación, sanación, de la profesión (¿vocación? Tal vez esto sea también parte de la herida. Hay profesiones que requieren algo más que el deseo de estudiar y comer de ello. Hay profesiones que han de darte de vivir. Y algo que sientes que te da de vivir procuras hacerlo con el máximo respeto, profesionalidad y entrega. Esa manera de vivir vocacionalmente una profesión es una criba en sí misma; nadie que ame su profesión se presta al engaño, a la mentira ni se vende por picos de audiencia. Esto es fácil decirlo, no sé si tan fácil hacerlo cuando la profesión que te da de vivir es también la que ha de darte de comer, y ello depende de cuestiones ajenas a la esencia de tu trabajo y de tu manera de sentirlo. Pero esta es una personal reflexión), decía, intercala sus reflexiones o ideas con las reflexiones (a modo de amigable charla) de conocidos profesionales del medio: un prólogo con Iñaki Gabilondo, una charla con una apasionada Lucía Méndez, con una indignada Lucía Méndez a la que escucho de vez en cuando como tertuliana en las mañanas de alguna cadena de televisión, y siempre me parece que a su seriedad va unido un espíritu derrotado, de cierta crispación, y en esas páginas en las que expone su sentir, se percibe como si en verdad haya asumido que algo se ha perdido y es irrecuperable. La profundidad de la herida, esa que los profesionales sanitarios miramos con recelo y pensamos que no va a curar nunca. Dice Javier Mayoral: "el resignado y continuado lamento que a nada conduce, salvo a la parálisis". Nada peor que acostumbrarse a vivir paralizado.

Ya digo, voy despacio con este ensayo sobre heridas y cicatrices, porque es enjundioso, porque el fin de la lectura es un intento de comprensión, como el fin de la información debe ser "el relato creíble de la realidad", porque la vida también va de eso, de escuchas e intentos de comprensión, de crisis y de heridas y de reparación, o un volver a empezar sobre nuevos pilares cuando lo que hasta ahora nos ha sostenido era frágil o falló su solidez. Porque cada uno debemos ser eso, el relato creíble de nosotros mismos y no un plagio o un trampantojo o una verdad a medias o una suposición. La oportunidad de la autenticidad. Pero esa oportunidad no está exenta de trabajo, de una especie de lucha reivindicativa, de una depuración y de una elección. Elegir no es fácil. El periodismo tiene que elegir entre vivir en el descrédito y la degradación de sus profesionales, o apostar por volver a ser (por esa vocación).

Aun sin terminar el libro, he querido traer aquí a Iñaki y a Lucía, esos dos profesionales vocacionales de la información. He querido traer la veteranía y esas dos formas de sentir: la apasionada indignación de Lucía, su reivindicación de valores perdidos, y la reflexiva, contundente y esperanzadora frase de Iñaki: "No creo que las personas mayores tengamos derecho a decir a los más jóvenes que no tienen futuro".  Esta frase me parece que encierra la solución, porque el futuro de casi todo pasa por esa humildad (no soy quien para negar futuros), por la generosidad de quien deja en manos de las nuevas generaciones la oportunidad de hacerlo bien, de reparar, de crear su propia manera de hacer las cosas en su nuevo contexto (globalización, nuevas tecnologías, intereses de mercado...). ¿Quién soy yo para decirles a mis hijas que no tienen futuro, que no sabrán hacerlo mejor que yo, que no sabrán construir de otra manera? Es necio, es cruel y es una falta de humildad negar el mañana cuando, de alguna manera, hemos contribuido a un presente desolador. Qué menos que admitir que no somos nadie para negar, a los que están por venir, que sean ellos los reparadores eficaces y atentos de las cicatrices de su propio futuro.

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