Mirar-nos la vida

Leo un libro cuya intensidad, a ratos, me desgarra. Leo a Manuel Vilas, en 'Ordesa'. Autobiografía, esa ficción que pone en cada página la más profunda disección de uno mismo. Voy despacio, no quiero que se acabe, aunque avanzar en sus páginas es llegar al final, como tantas otras cosas a las que no me hubiese gustado poner fin, como la vida misma, la mía, se acabará algún día, y no quiero que se acabe, no sin antes haberla vivido con la plenitud que me gustaría vivir, sin grandes aspiraciones. Lo importante es avanzar, aunque sepamos que nos conduce al ineludible final. Lo bueno de la literatura, la de verdad, es que son libros que no se acaban al pasar la última página, como esas fotografías que guardamos en la memoria, a pesar de estar atrapadas entre las hojas de un álbum o encerradas en un cajón. Hay fotografías inolvidables, como inolvidable será 'Ordesa'.



Hay párrafos, en 'Ordesa', escritos para mí, para este momento vital presente. Hay poemas, en 'Ordesa', que me gustaría ser yo quien los hubiese escrito, porque parecen salidos de mis entrañas, paridos por mí y mi amor de madre y de hija, y de mujer que un día decidió poner fin a una vida de desamor y después de aquello no sabe cómo vivir. En eso, Manuel Vilas me ha tranquilizado; leía ayer (y me dibujaba una sonrisa en los labios, me pareció de una ingenuidad y de una ternura inusual) que, tras una separación, son necesarios cinco años para volver a tu ser. Qué bueno, Manuel, ya solo me quedan dos para que acabe esta ingravidez, esta manera de ser algo indefinido (porque aún no me siento alguien, solo me siento "algo" sin saber precisar qué). 

Mañana es el Día del Padre. Y Manuel Vilas ha puesto este texto frente a mí (cómo me busca las vísceras):
"... Y ahora me arrepiento de no haber contemplado más la vida de mi padre. Mirar su vida, eso, simplemente.
Mirarle la vida a mi padre, eso debería haber hecho todos los días, mucho rato".

Leía este texto, y no pensaba solo en mi padre (del que me gustaba mirar cómo se afeitaba cuando lo hacía con brocha y cuchilla, cómo cortaba el pan para las migas...), pensaba también en mis hijas, en cómo las miro yo a ellas y cómo me miran ellas a mí (en si me ven). Pensaba en mi madre (a la que me gustaba, y me sigue gustando, ver dormir la siesta), pensaba en el hombre con el que he compartido media vida, pensaba en otros hombres que amé. Hay un frase hermosa de Lacan que dice: "Nunca me miras desde donde yo te veo", y no es que necesariamente el otro tenga que ponerse nuestra misma óptica para vernos como nosotros lo vemos, es simplemente pararse a mirar, ser consciente de la presencia del otro, también de su mirada sobre nosotros, detenerse a observarlo: "mirar su vida, eso, simplemente". Tan simple como poner celo en los detalles, en ese cuidado que canta Battiato, y no consentir ser unos desconocidos a los que nos liga tan solo un ADN, o un compromiso firmado ante un juez. Mirarnos es una manera de entendernos.

Mirarle la vida... Intentar llegar a lo más profundo de quienes tenemos tan cerca, cada detalle que lo define: sus gestos de cansancio o de felicidad; el tono de cada palabra; cada silencio; mirar cómo duerme; cómo se relaja; cómo escucha música; cómo lee; cómo se adentra en el mar cuando, en verano, vamos juntos a la playa; cómo contempla la noche en una terraza o desde el balcón de casa; cómo mueve la cucharilla del café; cómo ve llover; cómo llora; cómo ríe; por qué llora o por qué ríe; qué le enfada; qué le pone de buen humor... Mirarle la vida a quien tenemos tan cerca, eso dice Manuel Vilas, mirarnos antes de no tener que decir :"Eso debería haber hecho".


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